Estas festividades, que tenían lugar en espacios emblemáticos como el teatro Alcántara y la Unión Recreativa, articulaban un complejo entramado de sociabilidad en el que la ostentación, la diversión y la interacción comunitaria desempeñaban un papel central. La alta concurrencia y la animación de estos eventos reflejan la importancia del carnaval como espacio de reafirmación identitaria y como manifestación de los códigos culturales de la sociedad melillense de principios del siglo XX.
Uno de los aspectos más destacados de las celebraciones era la sofisticación de los disfraces y máscaras, elementos esenciales en la construcción simbólica del carnaval. La descripción de trajes inspirados en estilos como el Pompadour, la Mestiza, la Charra o la Japonesa pone de relieve la dimensión estética de la festividad, en la que la elegancia y el ingenio se convertían en atributos altamente valorados. El uso de máscaras no solo contribuía a la teatralidad del evento, sino que también permitía una transgresión temporal de las normas sociales, favoreciendo una dinámica en la que el anonimato, la sorpresa y el juego simbólico se entrelazaban en el desarrollo de la festividad.
Las batallas de confeti y serpentinas constituían otro de los ejes centrales del carnaval, especialmente en el teatro Alcántara, donde estas prácticas se llevaban a cabo en las plateas, el patio y el anfiteatro. Este tipo de interacción lúdica favorecía una ruptura momentánea de las jerarquías sociales y creaba un ambiente de participación colectiva en el que las diferencias de estatus se diluían en el fragor de la celebración. La presencia de figuras militares y sus familias, así como la participación activa de miembros de la comunidad musulmana en estas dinámicas, sugiere que el carnaval operaba como un espacio de contacto intercultural dentro de los márgenes de una festividad dominada por la comunidad cristiana de origen peninsular.
La meticulosa organización de los eventos, reconocida en las crónicas con elogios al presidente del Casino, Sr. Laprosa, y a la Junta Directiva, revela el carácter estructurado de la celebración. La disposición de salones, la planificación de cenas durante los descansos de los bailes y la atención a los detalles logísticos indican que, más allá del desenfreno propio del carnaval, existía un interés por regular la festividad dentro de un marco de refinamiento y etiqueta. Esta combinación de orden y espontaneidad sugiere una dimensión performativa en la que el carnaval no solo era un espacio de diversión, sino también un escenario en el que se ponían en juego determinadas normas de prestigio social y representación cultural.
El carnaval en Melilla, tal como se documenta en El Telegrama del Rif, no se limitaba a ser una mera expresión festiva, sino que también funcionaba como un mecanismo de cohesión comunitaria y de construcción de identidades colectivas. La elegancia, el ingenio y la activa participación de distintos sectores de la sociedad consolidaban esta festividad como un elemento clave del patrimonio inmaterial de la comunidad cristiana de origen peninsular. A través del estudio de estas manifestaciones, es posible identificar tanto las continuidades con las tradiciones peninsulares como las particularidades que adquirieron en el contexto melillense, evidenciando así la riqueza y la complejidad de las expresiones culturales en la ciudad a comienzos del siglo XX.
Al año siguiente el mismo periódico señala que las festividades, aunque han perdido en carácter e interés con el paso de los años, siguen siendo un evento significativo en la vida social de la ciudad.
El primer día de carnaval, las calles de Melilla se llenaron de máscaras y disfraces, aunque en menor número que en tiempos pasados. Los disfraces predominantes incluían el dominó, el impermeable negro y las faldas femeninas, con pocas comparsas y escasas bromas. El Parque Hernández fue un lugar concurrido, donde los jóvenes hicieron un derroche de confetti y serpentinas, y se llevaron a cabo batallas de confetti y serpentina.
Los bailes de carnaval en el Casino Militar destacaron por su corrección y atractivo, con una gran animación y participación de las señoritas, quienes prefirieron vestir de manera doméstica y prestaron gran animación a la danza. Las bromas y las máscaras, aunque en minoría, contribuyeron a la diversión del evento.
El segundo día de carnaval continuó con la bonanza del tiempo, permitiendo que el Parque Hernández se llenara nuevamente de máscaras y disfraces infantiles, que llamaron poderosamente la atención. Entre los disfraces infantiles, destacaron los de guerreros y otros disfraces de cazadores y sargentos de infantería.
Se puede afirmar que el carnaval de Melilla en 1909 refleja una tradición festiva que, aunque ha perdido parte de su esplendor, una festividad de origen peninsular bastante arraigada, incluyendo los disfraces, bailes, batallas de confetti y serpentinas, y una participación activa de la comunidad, especialmente de los jóvenes y niños.
En el año 1926 se celebró el Carnaval en Melilla con diversas actividades festivas. Las fiestas incluyeron una cabalgata el domingo, donde los participantes recorrieron la Avenida Duquesa de la Victoria en un desfile lleno de color y alegría. Además, se organizaron bailes tanto para adultos como para niños, destacando los bailes infantiles que se llevaron a cabo en un ambiente de diversión y entretenimiento para los más pequeños. Estas celebraciones reflejan la importancia del Carnaval en la vida social de la comunidad, siendo un momento de encuentro y expresión cultural.
EL número correspondiente al 17 de febrero, miércoles de Carnaval, destacan con detalle las celebraciones entre las que se encuentran:
La Cabalgata de Carnaval: La cabalgata es una de las principales atracciones, con desfiles de carrozas decoradas y ocupadas por personas disfrazadas. Las carrozas recorren las calles principales, como la calle del General, y son observadas desde tribunas y balcones por numerosos espectadores. La cabalgata incluye la participación de grupos de jóvenes y señoritas que lanzan serpentinas y confeti, creando un ambiente festivo y colorido.
Los bailes de Carnaval: Se celebran bailes en diferentes clubes y círculos sociales, como el Casino Militar, el Círculo Mercantil y el Círculo de Unión Patriótica. Estos bailes son eventos sociales importantes donde los asistentes, disfrazados con trajes de fantasía, disfrutan de música y danza. Los disfraces varían desde trajes tradicionales hasta atuendos más creativos y elaborados.
Los Premios y Concursos: Durante las festividades, se organizan concursos de disfraces y carrozas, con premios para los mejores participantes. Los premios se entregan en ceremonias públicas, y los ganadores son reconocidos por su creatividad y esfuerzo en la preparación de sus disfraces y carrozas.
Es especialmente interesantre y se desprende de todas estas celebraciones, la participación comunitaria. Las celebraciones de carnaval en Melilla involucran a toda la comunidad, con una amplia participación de jóvenes, adultos y familias. Los eventos son una oportunidad para la interacción social y el fortalecimiento de los lazos comunitarios.
Telegrama del Rif. 9 febrero 1932
En el año 1932, las celebraciones de Carnaval en Melilla fueron muy animadas y contaron con una gran participación del público. El primer día de Carnaval, la Avenida de la República se llenó de gente y se realizaron desfiles de carrozas decoradas artísticamente. Las carrozas del Ayuntamiento, la Unión Gremial, la Cámara de Comercio y la Casa Salomó fueron algunas de las más destacadas. También hubo batallas de serpentinas y confeti, y la banda del regimiento número 41 interpretó un concierto en la plaza de Menéndez Pelayo.
El segundo día de Carnaval continuaron los desfiles de carrozas y la animación en la Avenida de la República, aunque con menos concurrencia que el día anterior. Las estudiantinas visitaron los cafés y casinos para interpretar sus canciones, y se organizó una cabalgata con todas las carrozas, bandas de música, cohetes y bengalas. La cabalgata recorrió varias calles y terminó con fuegos artificiales en la plaza de España.
Además, se celebraron bailes en distintos casinos, como el Círculo Mercantil, el Casino Militar y otros clubes de la ciudad. Estos bailes fueron muy concurridos y animados, con batallas de confetti y serpentinas, y algunos disfraces originales. También hubo bailes infantiles en los que los niños disfrutaron disfrazados y jugando como adultos.
En Nador, las fiestas de Carnaval también fueron muy animadas, con bailes y premios para los mejores disfraces. La señorita Victoria García fue elegida «Señorita de la Fiesta» y la señorita Julita Montes ganó el premio al mejor traje de valenciana.