El comercio en Melilla, elemento vertebrador de su historia y patrimonio cultural inmaterial, encuentra sus raíces en el barrio del Mantelete, próximo al puerto, donde surgieron los primeros espacios destinados al intercambio de bienes. En este enclave, en el contexto de finales del siglo XIX y en un periodo marcado por la Campaña de Margallo de 1893, se había instalado el primer zoco, en una antigua zona de huertas donde se comerciaba también con productos provenientes del “Campo Exterior”, núcleo comercial que respondía a las necesidades básicas de una población en crecimiento y que estableció las bases para el desarrollo comercial posterior. Posteriormente, la construcción del primer mercado de hierro consolidó la infraestructura mercantil del barrio, sentando un precedente para la evolución de una economía local cada vez más dinámica y diversificada.
Con la transformación urbana que acompañó al cambio de siglo y la expansión propiciada por el estatus de puerto franco, Melilla comenzó a configurar su «Triángulo de Oro», el ensanche modernista que se erigiría como símbolo de la modernidad y prosperidad de la época. En este nuevo contexto, el comercio melillense no solo se circunscribió al barrio del Mantelete, sino que se expandió hacia espacios icónicos como la zona del Rastro, cuyas calles se convirtieron en el punto de confluencia de culturas y tradiciones comerciales. Este tejido mercantil integraba bazares, tiendas especializadas y mercados que reflejaban la diversidad étnica y cultural de la ciudad, funcionando como puntos neurálgicos de interacción y cohesión social.
A medida que el crecimiento poblacional y la planificación urbanística avanzaron, el comercio también se expandió hacia los barrios exteriores, como el Real, Tesorillo, Hipódromo, el Barrio de la Victoria y Cabrerizas. En cada uno de estos barrios, las tiendas de proximidad y los mercados de barrio mantuvieron viva la esencia del comercio tradicional, transmitido de generación en generación y basado en relaciones de confianza entre comerciantes y vecinos. En este periodo, los oficios y saberes relacionados con el comercio no solo generaron riqueza y empleo, sino que también se convirtieron en un vehículo para la transmisión cultural y el fortalecimiento del sentido de comunidad.
El desarrollo del comercio melillense, desde los modestos bazares del barrio del Mantelete hasta la diversificación de comercios en los barrios más alejados del centro, refleja la evolución de la ciudad en términos económicos, sociales y culturales. Este comercio, profundamente arraigado en el dinamismo de una población multiétnica y multirreligiosa, continúa siendo un testimonio vivo de la identidad melillense, simbolizando la capacidad de adaptación y resiliencia de una ciudad cuyo patrimonio cultural inmaterial encuentra en el comercio uno de sus pilares fundamentales.
-La función social de los mercados
El comercio tradicional y de barrio en Melilla, íntimamente vinculado al patrimonio cultural inmaterial de la ciudad, constituye un eje fundamental para comprender la dinámica cotidiana y la identidad colectiva de sus habitantes. Desde una perspectiva etnográfica, resulta imprescindible abordar este patrimonio de manera holística, reconociendo que una gestión segmentada podría desarticular la complejidad social que define a las comunidades locales. El patrimonio cultural inmaterial debe concebirse como un entramado de tradiciones vivas, colectivas y en constante transformación, las cuales encapsulan la memoria histórica y los valores identitarios de los distintos grupos que cohabitan en el espacio urbano de Melilla. En este contexto, las estrategias de salvaguardia no solo deben aspirar a preservar estas tradiciones, sino también a mejorar las condiciones de vida de las comunidades tradicionales, fomentando alternativas sostenibles que aseguren la viabilidad y continuidad de dicho patrimonio.
Las plazas de mercado, como el Rastro, el mercado del Real, Barrio de la Victoria o Cabrerizas, emergen como escenarios emblemáticos donde confluyen comercio, cultura y relaciones sociales. Estas plazas trascienden su función meramente económica para configurarse como núcleos de interacción comunitaria, solidaridad y transmisión intergeneracional de saberes. Allí, los oficios tradicionales, heredados de generación en generación, no solo garantizan el abastecimiento de bienes básicos, sino que también reflejan el vínculo profundo entre el comercio y la historia cultural de cada barrio. Actividades como la costura, la floristería o la preparación de alimentos, lejos de ser prácticas aisladas, se integran en una red económica y cultural que refuerza la memoria colectiva y la identidad local.
La zona del Rastro, junto con sus calles aledañas, ilustra de manera paradigmática el papel del comercio tradicional como espacio de confluencia cultural y social. Más allá de las transacciones comerciales, este entorno propicia la interacción entre comunidades diversas, consolidándose como un lugar de encuentro donde la diversidad cultural adquiere una dimensión tangible. En estas plazas, los oficios tradicionales encuentran un ámbito propicio para su reproducción y resignificación, mientras que los visitantes se convierten en partícipes de un intercambio cultural que enriquece la experiencia colectiva. Este entramado comercial y cultural evidencia cómo el patrimonio cultural inmaterial no opera de forma aislada, sino que se entrelaza de manera intrínseca con las dinámicas del comercio tradicional, dando lugar a economías basadas en estructuras familiares y en una marcada identidad de vecindario.
El comercio tradicional y de barrio en Melilla no solo es un componente vital del patrimonio cultural inmaterial, sino también un factor clave en la construcción de la memoria y la cohesión social de la ciudad. Las plazas de mercado y sus corredores aledaños constituyen espacios vivos donde los saberes tradicionales se reproducen, las relaciones comunitarias se fortalecen y las prácticas culturales se preservan frente a los desafíos del cambio urbano y económico. Estas interacciones configuran un tejido social y cultural esencial para garantizar la continuidad de la identidad local y el sentido de pertenencia en un entorno en constante transformación.
– El comercio tradicional intergeneracional
El comercio tradicional en Melilla es un claro exponente de la riqueza cultural y social que caracteriza a esta ciudad. No se trata de una práctica exclusivamente asociada a la comunidad cristiana, sino que es un legado compartido por las diversas comunidades que conviven en este enclave único: judíos, imazighen, gitanos, hindúes y chinos, entre otros. Desde sus orígenes, el comercio ha actuado como un eje vertebrador de interacciones sociales, económicas y culturales entre estas comunidades, fortaleciendo la identidad colectiva de Melilla como una ciudad plural, integradora y dinámica. Este comercio no solo representa un intercambio de bienes materiales, sino también de saberes, valores y prácticas que, transmitidos de manera intergeneracional, configuran una parte esencial del patrimonio cultural inmaterial de la ciudad.
Podemos afirmar que los inicios de la actividad comercial melillense se remontan a 1863, cuando la ciudad fue declarada puerto franco. Este estatus, junto con la llegada de comunidades provenientes tanto de la Península (Sur-Sureste, Levante, ambas Castillas, Cataluña) como de territorios del Rif que empezaban a estar bajo la influencia española, sentó las bases de un modelo económico que trascendía las transacciones comerciales. A lo largo del siglo XX, este comercio se consolidó en un contexto de expansión urbana y crecimiento poblacional, dando lugar a una red de bazares, tiendas de barrio y mercados que reflejaban no solo la diversidad cultural de Melilla, sino también el modo en que esta diversidad se transformaba en una fuente de cohesión social. A día de hoy, el comercio tradicional continúa desempeñando un papel clave en la construcción de la identidad melillense, destacándose por su capacidad para integrar tradición y modernidad.
Uno de los aspectos más notables del comercio tradicional en Melilla es su carácter intergeneracional. Ejemplos como el «Bazar Jamna», antaño gestionado por la comunidad hindú, y «La Flor de la India», actualmente dirigido por Kishore Doulatram, demuestran cómo estos establecimientos han sido transmitidos de generación en generación, manteniendo vivos los lazos culturales y económicos con el Lejano Oriente. Estos bazares no solo importaban productos exóticos como sedas, perfumes y lacas, sino que también introdujeron filosofías de vida holísticas, valores de respeto intercomunitario y prácticas espirituales que se han integrado en el tejido cultural de Melilla.
El comercio de especias, representado por la historia de Fati Saanan y su familia, añade otro matiz a esta tradición. Desde la infancia, Fati recuerda cómo el negocio familiar no solo proveía a la comunidad de productos básicos, sino que también se convertía en un punto de encuentro social y cultural. El aroma del café tostado por su padre o los cacahuetes envasados artesanalmente evocan una rica herencia de saberes prácticos y emocionales que, transmitidos a través de generaciones, constituyen un elemento clave del patrimonio cultural inmaterial.
Además, comercios históricos como «Casa Parra», centrado en la alimentación, y «Bazar Atlas», dedicado a la artesanía, destacan por su contribución al fortalecimiento de las relaciones vecinales y su capacidad para adaptarse a los cambios sociales y económicos. Por su parte, la «Confitería El Gurugú» ha preservado las tradiciones culinarias melillenses durante más de un siglo, mientras que establecimientos como el de Jayim Amselem Bitan, que abastece productos kosher a la comunidad judía aunque no sólo a ésta, revelan cómo el comercio tradicional también integra prácticas religiosas y culturales específicas.
El legado de estos comercios no solo se refleja en los productos que ofrecen, sino también en el impacto social que tienen en sus comunidades. Establecimientos como «Sogorb e Hijos» y HIBAMSA-Mónaco han sido pioneros en diversificar la oferta comercial, generando empleo y forjando vínculos que trascienden las fronteras de las comunidades individuales. A través de la venta de alimentos, textiles, artesanías y otros productos, estos comercios han fomentado un modelo de economía basado en valores de solidaridad, respeto mutuo y sostenibilidad.
Melilla, al igual que otras ciudades latinoamericanas, donde el comercio tradicional ha sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial, o Málaga, donde se busca la protección de los comercios históricos, tiene la oportunidad de redefinir su modelo urbano y económico. Apostar por la promoción y salvaguarda de su comercio tradicional como parte integral de su patrimonio cultural inmaterial no solo contribuiría a preservar estas prácticas, sino que también impulsaría la identidad de la ciudad como un espacio integrador y diverso.
En conclusión, el comercio tradicional de Melilla es un reflejo tangible e intangible de la riqueza cultural de la ciudad y de la interacción histórica entre sus diversas comunidades. Su continuidad y adaptación a lo largo de los siglos demuestran su relevancia no solo como actividad económica, sino como un pilar de cohesión social, transmisión de saberes y preservación de la identidad cultural. Promover y proteger este comercio es, por tanto, una tarea imprescindible para garantizar que las futuras generaciones puedan seguir disfrutando y aprendiendo de este legado único.
Tiendas y establecimientos que pueden ser indentificados como comercio tradicional melillense debido a su antigüedad o aquellos que por su naturaleza pueden definirse como comercios singulares, principalmente comercio de especias, bazares de artesanía u otros productos y consignatarios marítimos.
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Establecimientos comerciales de barrio.
Archivo General de Melilla AGML:
Archivo Fotográfico Municipal
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